Una pregunta de oro. El ser humano moderno apareció hace unos 200,000 años como la subespecie Homo sapiens sapiens. Desde entonces, seamos de Rusia o de China, de Alaska o de Madagascar, tenemos todos la misma anatomía. Color de piel o forma de ojos, por ejemplo, son solo rasgos superficiales que no son más que adaptaciones al entorno local. De hecho, el mismo término “razas humanas” está equivocado, pues las diferencias entre los Homo sapiens sapiens no son tantas, ni tan grandes, como para conformar, en efecto, distintas razas (como sí sucede en los perros: aparear un chihuahua con un doberman, por ejemplo, es sencillamente imposible). Biológicamente, nuestras diferencias a lo mucho nos separan en “familias”. Entonces, en estos miles de años, ¿hemos verdaderamente cambiado en algo? Y, más importantemente, ¿todavía evolucionamos?
Todavía evolucionamos
Si bien es cierto que nuestra anatomía está establecida desde hace algunos miles de años, también es cierto que el ser humano ha cambiado de una manera sorprendente en los últimos 10,000 años a raíz del uso de la agricultura y la ganadería. Aunque “10,000 años” pueda sonar como mucho tiempo, en la escala evolutiva en realidad es un lapso insignificante. En este tiempo el hombre ha sufrido “mutaciones” que, probablemente, de otra manera no hubiera experimentado. Entre ellas se encuentra, por ejemplo, la resistencia a la lactosa.
Originalmente, el ser humano dejaba de producir la enzima necesaria para digerir la lactosa a los 2 años. Ahora, sin embargo, el 95% de la población del norte de Alemania cuenta con la mutación del gen responsable para ser tolerante a la lactosa, a pesar de que ésta apareció inicialmente entre los masái (en Kenia) y los lapones (norte de Noruega, Suecia, Finlandia y la península de Kola). Como ésta, nuestro genoma ha experimentado cerca de 300 alteraciones más. Si las mutaciones en genes son sostenidas en el tiempo, a través de la selección natural y selección sexual (que todavía nos influencian), eventualmente conforman el proceso que conocemos como evolución. Es decir, es cierto: todavía evolucionamos.
Si la evolución es real, ¿por qué todavía hay monos?
“¿Cómo puedo tener abuelos en común con mis primos, si mis primos y mis abuelos siguen vivos?” sería una pregunta equivalente. “Nuestros abuelos tuvieron más de un hijo. Crecieron, se fueron del hogar y formaron su propias familias, creando ramas de su árbol genealógico”. En términos evolutivos, la respuesta también es equivalente. Humanos y chimpancés comparten un 98% de material genético; el 2% restante indica que ambos tienen un ancestro en común, a partir del cual su descendencia se ramificó y sus individuos se fueron diferenciado lo suficiente los unos de los otros como para conformar especies distintas (el 2%). Los seres humanos no evolucionaron de los monos modernos, sino de un ancestro en común hace millones de años; ellos, también, son el resultado (¿final?) de otro proceso evolutivo.
Fuentes:
Aurora Ferrer (2013). Si la evolución es cierta… ¿Por qué aún hay monos?.
La Flecha (2009). La raza humana sigue evolucionando.
Sergio Parra (2012). En los últimos 10.000 años, hemos evolucionamos más rápido que en el pasado.